Nadie está exento de sentir. Nadie lo está de reir y llorar. De sufrir y perdonar.
De mentir o reaccionar. De quedarse o de marchar.
Nadie está libre de pedir o traicionar. De envolverse o abrazar.
Nadie está a salvo de la súbita soledad o de la eterna realidad.
Nadie puede, o en verdad, nadie debe, resignarse a dejarse pasar.
Nadie está suelto de su histórica verdad ni tampoco del anodino pasar.
Nadie puede quedarse al margen de darse por vencido para amar u odiar.
Nadie evitar sonreír o envidiar.
Nadie, nadie debería estar a un costado de su propia vida, agazapado y asustado,
por el miedo a vivir, soñar y volar.
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