Las luces de la ciudad ya alumbran en demasía. Llegó ese punto álgido de la noche, en el que el horizonte no se distingue, preso de la bruma que se entremezcla con lo que vendrá.
Parado al borde del camino, las respuestas de lo pasado y el presente deambulan como un alma en pena.
No hay salida. Los demonios internos dialogan entre sí, mientras el frío viento recorre la espalda. Pero nada pasa.
La espera se hace eterna. La búsqueda de resoluciones no llega y el transporte que te destine a ese aposento tampoco.
A lo lejos, una realidad dispar te pone en situación y entendés que tu pena no es tan grande. Que es imposible no rasgarse las vestiduras por las desgracias propias, porque somos egoístas por definición, pero que si estás intentando despegar la cabeza del agua, siempre hay alguien hundido más abajo.
Entonces volvés a mirar, desesperanzado. La mañana intenta devorarse a la noche. A lo lejos, dos faroles se eligen como guía. El tiempo siguió pasando mientras tu cabeza corría pero nada cambio. Apagas las luces. Mañana será otro día.
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Hace 5 años
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