Aún en las condiciones más normales, sería incapaz de convocar a la fortuna para desafiar mis malos pasos. Pero incluso en esa generalidad, ardería en llamas por entender el encono de estos días que corren, como corrieron antes, como corrieron siempre, pero con barro en la cara.
Porque esas civilizaciones paganas, sedentarias, hasta hace unas horas y aún hoy, vierten su contenido hacia la nada, para convertirse en nómadas de un recreo fugitivo.
Yo sólo observo, sólo los miro pasar. Hoy no puedo interferir en sus rutas, en sus adicciones, hoy me es imposible movilizarme o esbozar un breve llanto, que denote la angustia de los días que se van sin más.
Sin esa propiedad inherente del ser humano que, aunque le haya sido arrebata hace siglos, aún cree propia.
Sin esa libertad de credo, elección y circulación. Sin esa fuerza que empuje hacia el porvenir, por más torcido que este venga. Con la parálisis instalada, dueña de los huesos, explorando cada recóndito lugar para colarse en las entrañas.
Como ese virus, que anula toda posibilidad. Con los días rotos.
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Hace 5 años
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