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Las luces de la ciudad ya alumbran en demasía. Llegó ese punto álgido de la noche, en el que el horizonte no se distingue, preso de la bruma que se entremezcla con lo que vendrá.
Parado al borde del camino, las respuestas de lo pasado y el presente deambulan como un alma en pena.
No hay salida. Los demonios internos dialogan entre sí, mientras el frío viento recorre la espalda. Pero nada pasa.
La espera se hace eterna. La búsqueda de resoluciones no llega y el transporte que te destine a ese aposento tampoco.
A lo lejos, una realidad dispar te pone en situación y entendés que tu pena no es tan grande. Que es imposible no rasgarse las vestiduras por las desgracias propias, porque somos egoístas por definición, pero que si estás intentando despegar la cabeza del agua, siempre hay alguien hundido más abajo.
Entonces volvés a mirar, desesperanzado. La mañana intenta devorarse a la noche. A lo lejos, dos faroles se eligen como guía. El tiempo siguió pasando mientras tu cabeza corría pero nada cambio. Apagas las luces. Mañana será otro día.
Se vuelve a repetir ese deseo primigenio, ese desaire primal que impide que estanques tus huesos en un mismo lugar para siempre. Que lamentan que te hayas convertido en un alma sumamente ingenua, tan incapaz de ver a tu alrededor, por ese conformismo que te mostró que las cosas no van bien pero que, si todavía sobreviven, no deberías preocuparte demasiado.
Vuelve a sumarse el aire con desdén, invitándote a confrontarlo, porque él si, él si está dispuesto a escupirte en la cara si el resultante es arrebatarte ese rapto de altanería que ostentas en tu sillón.
Pero ahí te das cuenta que vas perdiendo la pulseada, porque la cabeza te explota aunque todos digan que "va a estar bien". Entonces, cuando ya no soportas más ese olor hediondo que tapa tus facultades, que te conforma, volves a caer en la cuenta de que el refugio no te alcanzó para salvarte. Entonces, tomas lo indispensable y salís a caminar.
Te empiezo a añorar como al sueño recurrente. Apareces de la nada, intempestivamente solo para demostrarme que hubo un tiempo más feliz. Pero además de la comparación, coqueteas con mi impureza, dirigiéndote hacia la esquina más inalcanzable para mi ser, donde nunca llegaré, porque esa esquina proyecta en el pasado.
Pasaron los días, las horas y entiendo que los recuerdos son remembranzas de esos vestigios que nos quedaron. Sin embargo, te extraño, una vez más, hasta que cambias de figura, te acercas mansamente y me ofreces una tregua. Despojado de los misterios que nos unieron, aún cuando sabíamos que nos estábamos destinados a vivir por siempre, volvemos a darnos la mano, resembrando esa unión que supo morir pero no dejar de existir.
Ahí despierto, nunca estuviste ahí, ni siquiera exististe. Miró el reloj que marca que se pasó la hora y desesperado, emprendo la recorrida para acelerar la rutina a la mayor potencia, porque el mundo no piensa esperarme. No lo hizo nunca, menos lo va a hacer hoy.
Mientras me cepillo los dientes y deambulo por los pasillos de la casa, veo el calendario: "Hoy es 1 de Marzo". Entonces, el tiempo que se hacía eterno, se vuelve finito pero la risa me recorre, porque puedo esperar que eso que nunca existió, se convierta en ilusión dentro de mí, para seguir peleando por el mañana.